Charis M. Galanakis
Galanakis Laboratories – Research & Innovation Department. Chania, Greece.
Food Waste Recovery Group – ISEKI Food Association. Vienna, Austria.
Resumen
En los últimos años, el mundo se ha enfrentado a cambios dramáticos debido a un período de múltiples crisis, incluidos el cambio climático, la pandemia de COVID-19 y la guerra entre Rusia y Ucrania. Aunque diferentes, estas crisis consecutivas comparten características comunes (por ejemplo, shocks sistémicos y naturaleza no estacionaria) e impactos (por ejemplo, interrupción de los mercados y las cadenas de suministro), lo que amenaza la seguridad alimentaria, la inocuidad y la sostenibilidad. El presente artículo analiza los efectos de estas crisis en el sector alimentario y propone medidas de mitigación para abordar los diferentes desafíos. El objetivo es transformar los sistemas alimentarios para aumentar su resiliencia y sostenibilidad. Este fin sólo se puede lograr si todos los actores (gobiernos, empresas, distribuidores, agricultores, etc.) desempeñan su papel mediante el diseño e implementación de intervenciones y políticas específicas. Además, la transformación del sector alimentario debe ser proactiva en materia de seguridad alimentaria, circular (valorizando los biorrecursos según los principios de la economía climáticamente neutra y la bioeconomía azul), digital (basada en aplicaciones de la Industria 4.0) e inclusiva (garantizando la participación activa de todos los ciudadanos). La modernización de la producción alimentaria (por ejemplo, mediante la implementación de tecnologías emergentes) y el desarrollo de cadenas de suministro más cortas y más domésticas también son fundamentales para lograr la resiliencia y la seguridad alimentarias.
Introducción
Vivimos en una era a la que los historiadores recordarán debido a los continuos y dramáticos cambios en las normas sociales ocurridas en un lapso de tres a cuatro años. Inicialmente, la alarmante cuestión del cambio climático se convirtió en un importante impulsor de actos políticos en todo el mundo que apuntaban a una economía climáticamente neutral en las décadas siguientes. Luego, la comunidad mundial se vio duramente golpeada por la pandemia de COVID-19, que causó una crisis humanitaria con millones de muertes y, al mismo tiempo, interrumpió las cadenas de suministro y los mercados de alimentos y energía. Durante la pandemia, el sector alimentario enfrentó numerosos problemas (desequilibrio entre la oferta y la demanda, interrupción de la red de distribución de alimentos, etc.) debido a los repetidos aislamientos, lo que reveló cuán frágiles son nuestros sistemas alimentarios. El progreso en la vacunación de la población y en el desarrollo de medicamentos y tratamientos dieron esperanzas de recuperar la “normalidad” socioeconómica después de un par de años. Sin embargo, la guerra entre Rusia y Ucrania conmocionó al mundo nuevamente. La guerra provocó enormes bajas en ambos países, lo que desencadenó un “tsunami” de cambios geopolíticos y económicos a nivel mundial. Aumentó la vulnerabilidad y la inseguridad alimentaria en todo el mundo, generando nuevos desafíos para los mercados pospandémicos, que ya eran volátiles, haciendo aún más compleja la gestión del suministro.
Apenas unos meses después del inicio de la guerra, el costo de la vida se disparó debido al cese de las exportaciones ucranianas de productos agrícolas, la fuerte demanda mundial, nuevos picos de precios en los alimentos y cosechas futuras dudosas. Las frágiles economías pospandémicas se desmoronaron aún más debido a las enormes sanciones económicas impuestas a Rusia, que causaron un efecto dominó en los precios del petróleo, la energía, las materias primas y los alimentos, amenazando con empujar a millones de personas al hambre y la pobreza. Los efectos a largo plazo de estas crisis en la mitigación del cambio climático y la transición a una economía neutral en carbono están emergiendo y siguen siendo inciertos. El nexo entre el cambio climático, las pandemias y las guerras (convencionales, económicas, comerciales, híbridas, etc.) presiona sin cesar los recursos alimentarios, hídricos, materiales y energéticos. El agotamiento cuantitativo y cualitativo de los recursos de la Tierra tras los conflictos climáticos y geopolíticos se acelera por el aumento de la contaminación, el deterioro ambiental y los cambios en el uso de la tierra. Asimismo, este nexo pone en riesgo al sector agrícola, socavando la estabilidad de los sistemas alimentarios globales y exponiendo a las poblaciones vulnerables a la desnutrición.
Todos estos hechos llevan a la conclusión de que los eventos sistémicos ya no son improbables ni infrecuentes y que las perturbaciones se están convirtiendo en la nueva norma en el mundo. Ahora está bien establecido que los eventos climáticos extremos serán más frecuentes, los cambios climáticos progresarán más, los desastres naturales se volverán más intensos y las nuevas pandemias serán inevitables. Además, la población mundial y la urbanización se están extendiendo rápidamente, lo que significa más antagonismo por los recursos de suelo y agua y una demanda de alimentos cada vez mayor. Por ejemplo, la producción mundial de alimentos debe aumentar al menos un 70% para alimentar a la gigantesca población de 10 mil millones de personas para 2050. Este aumento requiere prácticas agrícolas sostenibles, esfuerzo concertado y sostenibilidad de la cadena desde la granja hasta el consumo. La competencia entre alimentos y piensos es un desafío adicional, por ejemplo, se anticipa que se utilizarán más de mil millones de toneladas de cereales para la alimentación animal y la demanda de productos animales aumentará hasta un 70% para 2050.
En este artículo se analiza la lucha del sector alimentario para hacer frente a múltiples crisis. En primer lugar, se realiza una revisión de la literatura, investigando las consecuencias de las tres crisis consecutivas y las medidas de mitigación propuestas. La investigación se centra en los artículos publicados en los últimos 10 a 15 años sobre los efectos del cambio climático, los tres años anteriores sobre la pandemia y el último año sobre la guerra entre Rusia y Ucrania. A continuación, las medidas de mitigación y las recomendaciones encontradas en diferentes estudios se agrupan y clasifican en tres niveles (bajo, medio y alto) para describir su potencial para aumentar la resiliencia y la sostenibilidad de los sistemas alimentarios en los próximos años.
El impacto del cambio climático sobre el sector alimentario
El crecimiento altamente intensivo en carbono (basado en la quema de combustibles fósiles, carbón y gas) e insostenible de la humanidad durante los últimos dos siglos ha tenido repercusiones nefastas tanto para el medio ambiente como para el clima. El cambio climático se define como un cambio a largo plazo en los patrones climáticos, como lo demuestra la distribución inusual de la temperatura media obtenida durante los últimos 30 años. De hecho, se espera que la temperatura atmosférica global aumente 4°C para 2080. Este aumento se atribuye en su mayor parte a la actividad humana que ha duplicado las emisiones atmosféricas de dióxido de carbono. Además, estos cambios han dado lugar a una mayor frecuencia de olas de calor, sequías, tormentas invernales, inundaciones y otros fenómenos meteorológicos extremos.
El sector agrícola es un contribuyente esencial a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), causadas principalmente por el aumento de la deforestación, los sistemas agrícolas intensivos, la producción ganadera, la industria pastoril y el uso excesivo de pesticidas y fertilizantes sintéticos, con el objetivo de obtener mayores rendimientos de producción. Por ejemplo, el uso excesivo de fertilizantes sintéticos nitrogenados genera altas emisiones de óxido nitroso (N2O), al tiempo que el proceso de producción de estos materiales es la causa de muchas emisiones de GEI. Asimismo, la producción masiva en monocultivos con uso extensivo de fertilizantes impacta sobre la biodiversidad y la calidad de los alimentos. Los impactos en la biodiversidad plantean preocupaciones sobre la extinción de especies que proporcionan alimento a más del 60% de los humanos a nivel mundial.
Además, el aumento de enfermedades zoonóticas (incluido el COVID-19) en las últimas décadas se ha atribuido parcialmente a la pérdida de biodiversidad. Es aceptado que los cambios inducidos por el clima en los patrones de lluvia, la temperatura, el nivel del agua del mar, la salinidad y la deposición de nitrógeno devastan la fertilidad del suelo, la disponibilidad de agua y la productividad de los cultivos. De hecho, el cambio climático afecta a los ciclos y los períodos de crecimiento, y los cereales dependientes de la lluvia, por ejemplo, el arroz, el maíz y el trigo, se encuentran entre los más afectados en las últimas tres décadas. Otros efectos incluyen la reducción de nutrientes de los alimentos y la menor disponibilidad de micro y macronutrientes en la cadena de suministro de alimentos global.
Desde otro punto de vista, el cambio climático afecta las fuentes y modos de transmisión, crecimiento y supervivencia de los patógenos alimentarios, así como los orígenes y las vías de transmisión. En forma subsecuente, afecta la persistencia y virulencia de floraciones de algas marinas y de agua dulce, parásitos, hongos, bacterias y vectores patógenos para animales y plantas. Los eventos extremos amenazan la seguridad alimentaria de los próximos años al aumentar las tasas de infecciones transmitidas por los alimentos e intoxicaciones. Por ejemplo, ciertos fenómenos climáticos (inundaciones) pueden afectar el crecimiento infantil a largo plazo al agravar la carga de enfermedades infecciosas y modificar el consumo de alimentos. También pueden surgir problemas por plagas que aumentan el deterioro de los alimentos desde la granja hasta la mesa.
Asimismo, el cambio climático afecta a la pesca y a los sistemas ganaderos a lo largo de toda la cadena, desde la producción hasta el procesamiento, la venta minorista, el transporte, el almacenamiento y el consumo. La red alimentaria acuática se ve afectada por el calentamiento de los océanos y la alteración del ciclo de nutrientes y la producción de plancton. Las temperaturas elevadas y las mayores concentraciones de dióxido de carbono atmosférico afectan el crecimiento de los pastos para los animales, mientras que el crecimiento de plagas, los brotes de enfermedades y la escasez de agua afectan a la producción de pasturas, forrajes y ganado. El impacto más significativo se puede sentir en los países de bajos ingresos y en las zonas ya vulnerables a la inseguridad alimentaria, generando escasez de alimentos, degradando su valor nutricional y causando resultados adversos para la salud a largo plazo.
En forma similar, la mayor intensidad y frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos plantea una amenaza en los lugares donde el acceso a la mecanización y a sistemas de refrigeración es limitado. La capacidad de los planteos ganaderos actuales para satisfacer la creciente demanda también se ve amenazada debido al aumento de los ingresos de una gran parte de la población en los países en desarrollo. En algunos países, esta demanda ha acelerado la quema de tierras forestales en favor de la producción de cultivos y pasturas para criar grandes rumiantes. Además, muchas consecuencias del cambio climático amenazan la calidad, la cantidad y la distribución equitativa de los alimentos, exponiendo así a la población vulnerable de las zonas áridas y semiáridas a la desnutrición. De esta manera, se puede anticipar que todos los componentes de la seguridad alimentaria (disponibilidad, acceso, estabilidad y utilización) estarán afectados indirectamente debido a los efectos sobre los ingresos, así como a los daños a la salud, especialmente en las poblaciones vulnerables. Por ejemplo, el cambio climático afecta a la agricultura en pequeña escala en África occidental debido a la falta de infraestructura, la carencia de información, el deterioro ambiental y las débiles organizaciones de agricultores. Por último, los sistemas alimentarios tradicionales, tangibles e intangibles, se ven alterados por los frecuentes desastres naturales debido a la menor disponibilidad de productos locales, la alteración de las prácticas de almacenamiento y preparación de alimentos y la reducción de los festivales de comida.
El sector alimentario en el mundo pospandémico
A principios de 2020, la pandemia de COVID-19 y sus impactos sanitarios y sociales provocaron un shock psicológico y una perturbación física y económica en los mercados y los ciudadanos. Estos últimos no estaban preparados para los efectos repentinos de esta rara crisis en diferentes sectores, como el suministro de materias primas, el turismo y las cadenas de valor alimentarias. Además, las limitaciones del distanciamiento social, los toques de queda y las restricciones fronterizas y portuarias redujeron la competitividad de sectores productivos vitales. A corto plazo, la pandemia aceleró los efectos dominó en el sector alimentario, incluidos los cierres de restaurantes, el acceso limitado a los consumidores, las compras de pánico y la escasez en tiendas de comestibles y supermercados, los aumentos de precios, la reducción de la cría de animales y de los servicios sanitarios en el sector ganadero, una inmensa pérdida de mano de obra, así como un aumento de la pérdida y el desperdicio de alimentos desde la granja hasta la mesa. Además, la pandemia provocó estrés en la población y problemas de salud mental. Al mismo tiempo, afectó los hábitos alimentarios y el comportamiento de los consumidores, que cambiaron sus métodos de compra y comenzaron a cocinar más que nunca. Otros impactos en el sector alimentario incluyeron un acceso reducido a servicios esenciales, pérdida de ingresos, falta de liquidez y quiebra de muchas empresas.
A largo plazo, se vieron afectadas cuatro dimensiones críticas de los sectores alimentarios: compuestos alimenticios bioactivos, inocuidad alimentaria, seguridad alimentaria y sostenibilidad. Inicialmente, el origen del coronavirus se vinculó al mercado húmedo de Wuhan (China), mientras que las plantas de procesamiento de carne se consideraron entornos adecuados para el inicio del brote. Sin embargo, más recientemente, se ha cuestionado la posible transmisión del virus a través de la cadena alimentaria, lo que ha dado lugar a muchas lecciones sobre inocuidad alimentaria. Por ejemplo, las industrias deben aplicar una gestión espacial más adecuada, las cocinas de alimentos y los mercados húmedos deben reorganizarse, y los trabajadores y consumidores de alimentos deben actualizar sus prácticas de higiene. Pero lo que es más importante, la pandemia puso de relieve la importancia de la resiliencia multinivel en el sector alimentario. Entre los desafíos urgentes después de la pandemia estaba el desarrollo de productos alimenticios asequibles y sostenibles que mejoren la salud de los consumidores. De hecho, la pandemia aceleró la incorporación al mercado de alimentos ricos en nutrientes (por ejemplo, frutas, verduras, cereales, espirulina, especias, etc.), nutracéuticos, suplementos, dietas que refuerzan el sistema inmunológico y productos con una alta concentración de compuestos bioactivos o productos con una mayor biodisponibilidad de nutrientes. Además, también se ha acelerado la investigación centrada en el papel de los alimentos en el apoyo a la salud y la reducción de las enfermedades no transmisibles relacionadas con la dieta.
La nutrición y la seguridad alimentaria se convirtieron en los principales impulsores de los sistemas alimentarios y los resultados normativos de la pandemia. Los principales elementos de la seguridad alimentaria (acceso, utilización, estabilidad y disponibilidad) se vieron afectados a corto plazo y siguen viéndose afectados en la actualidad. Los resabios de la pandemia podrían empeorar el acceso a los alimentos, la inseguridad alimentaria, la pobreza mundial y el hambre, afectando a las poblaciones más pobres y vulnerables. Por ejemplo, la accesibilidad a los alimentos se ve amenazada debido al aumento de los costos, los problemas de distribución, las incertidumbres en materia de infraestructura, los problemas de acceso al transporte público, la interrupción del comercio mundial y las desigualdades sociales. La sostenibilidad y la resiliencia alimentarias están en juego debido a varios parámetros tecnológicos, económicos, geopolíticos, ambientales y sociales que afectan a la agricultura, el procesamiento y la distribución de alimentos.
La sostenibilidad alimentaria está muy vinculada a la pérdida y el desperdicio de alimentos generados en cualquier etapa de la cadena de suministro, por ejemplo, durante la cosecha, el procesamiento, el almacenamiento, la venta minorista, el transporte y el consumo. Al comienzo de la pandemia, las compras de pánico aumentaron la presión sobre los sistemas de gestión de residuos y suscitaron preocupaciones sobre un rápido aumento del desperdicio. Por otro lado, las repetidas oleadas de confinamientos aceleraron el desarrollo de numerosas innovaciones, por ejemplo, herramientas y aplicaciones para mejorar la gestión de inventarios de los restaurantes y reducir el desperdicio. La creciente presión sobre la seguridad alimentaria indica la necesidad de sistemas intensivos sostenibles de producción (por ejemplo, la automatización en la agricultura inteligente) para mitigar los desafíos derivados del cambio climático y las pandemias.
El impacto de la guerra ruso-ucraniana sobre la cadena de abastecimiento de alimentos
La actual guerra ruso-ucraniana es el conflicto más importante en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, y desencadenó numerosas consecuencias sanitarias, económicas y geopolíticas. El medio ambiente ha sido desatendido debido a la extrema crisis humanitaria, pero, sin lugar a dudas, las actividades bélicas de esta escala causan graves impactos perjudiciales en el mismo. La calidad y disponibilidad del agua se ven afectadas por la destrucción de la infraestructura, mientras que los bombardeos continuos, el movimiento de tropas y las posibles fugas de radiación aumentan las emisiones de gases de efecto invernadero y afectan a la calidad del aire. Además, las explosiones afectan la morfología del paisaje y causan la degradación del suelo, alterando sus propiedades biológicas, químicas y físicas, destruyendo así un reservorio de carbono y un recurso vital para la producción de alimentos. Los servicios ecosistémicos (por ejemplo, polinización, secuestro de carbono, purificación del agua, etc.) también se ven dañados por la circulación de vehículos armados y las intensas luchas, lo que provoca la deforestación y la destrucción de las áreas verdes. La destrucción violenta de hábitats y la deforestación también causan pérdida de biodiversidad y obstaculizan la capacidad de los ecosistemas para contrarrestar la contaminación del aire. Es probable que el daño se extienda a regiones más allá del campo de batalla y a las naciones vecinas a través de ríos y ecosistemas compartidos, mientras que se calcula que los impactos a largo plazo serán irreparables.
Aunque nunca es un buen momento para la guerra, este conflicto armado comenzó durante un período desastroso para los mercados alimentarios mundiales, ya que los precios de los alimentos ya eran altos debido a la fuerte demanda mundial y las interrupciones posteriores a la pandemia en la cadena de suministro. Además, la guerra ocurre en uno de los principales “graneros” del mundo. Ucrania y Rusia desempeñan papeles vitales en los mercados de fertilizantes. Al mismo tiempo, ambos países suministran el 70% del girasol comercializado a nivel mundial, el 30% del trigo y el 20% del maíz, y muchos países de África, Asia y Oriente Medio dependen de Rusia para obtener granos asequibles.
Más importante aún, la guerra actual no representa sólo un conflicto regional sino una grieta resonante en las relaciones entre Rusia y Occidente, con profundas implicancias para la geopolítica, la economía global y el resto del mundo. El conflicto ha afectado a los mercados energéticos globales y la seguridad alimentaria, lo que ha provocado que los costos del combustible y los precios de los alimentos se disparen, amenazando los mercados y teniendo consecuencias adversas para las empresas pospandémicas. Una consecuencia inmediata ha sido la aparición de escasez de alimentos en diferentes países debido a las restricciones al comercio, así como la interrupción de la cadena de suministro de materias primas y de la producción de biocombustibles. Además, el poder adquisitivo de los países importadores se ha reducido, lo que afecta a la capacidad de ayuda internacional para los países de bajos ingresos dependientes de las compras de agencias de desarrollo bilaterales y multilaterales. Por ejemplo, el Programa Mundial de Alimentos que compra alrededor del 50% de su grano en Ucrania se ha visto obligado a restringir esta proporción debido al aumento de los costos. Por último, la capacidad de los sistemas alimentarios para funcionar se ha visto reducida por las actividades bélicas; por ejemplo, las operaciones militares destruyen la infraestructura hídrica y los campos agrícolas, se interrumpen las cadenas de suministro, se impiden las cosechas, el procesamiento y el transporte, se reduce la producción en las regiones del campo de batalla y se debilita la capacidad de los ciudadanos y los hogares para satisfacer sus necesidades alimentarias.
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Apuntando a la sostenibilidad y resiliencia alimentaria
Aunque son diferentes, las crisis como los fenómenos meteorológicos extremos y los desastres naturales, las pandemias y los conflictos bélicos comparten características comunes. Por ejemplo, provocan shocks sistémicos y perturbaciones de los mercados y no son estacionarias. Además, las medidas de mitigación adoptadas para cada una de ellas podrían abordar los impactos de la otra (Cuadro 1). Los efectos de múltiples crisis en los sistemas alimentarios han atraído la atención de investigadores, responsables de políticas y otros actores, destacando la necesidad de revisar las estructuras del sector alimentario. La Figura 1 ilustra los impactos significativos de las tres crisis (cambio climático, pandemia y guerra ruso-ucraniana) en el sector alimentario. Algunos aspectos afectan sólo a un tipo de crisis (ubicadas en cada esquina del triángulo), y otros son compartidos por dos tipos de crisis (ubicadas en cada lado del triángulo). Todos estos resultados conducen a una lección importante (ilustrada dentro del círculo): las crisis generan inseguridad alimentaria, y el sector alimentario necesita una transformación urgente hacia la sostenibilidad y la resiliencia para adaptarse rápidamente. Tanto los sistemas alimentarios sostenibles como los resilientes podrían contribuir a la seguridad alimentaria, ya que comprenden conceptos complementarios. La resiliencia alimentaria es la capacidad de los sistemas alimentarios de mantener sus objetivos mitigando los daños y absorbiendo las perturbaciones.
Cuadro 1 – Potencial de las medidas de mitigación recomendadas
Medidas de mitigación Cambio climático Pandemias Conflictos geopolíticos |
Colaboraciones transparentes y sólidas entre todos los actores relevantes ++ + +++ |
Sincronización, intercambio de datos y evaluación holística de riesgos ++ +++ +++ |
Estrategias de preparación y mecanismos avanzados de monitoreo ++ ++ +++ |
Prácticas agrícolas sostenibles ++ + + |
Mejora del acceso a los alimentos + +++ |
Reducción de la demanda de alimentos y del desperdicio de alimentos ++ + + |
Descentralización de los sistemas agrícolas y acortamiento de las cadenas de suministro ++ + +++ |
Enfoque en los alimentos locales y tradicionales ++ ++ |
Mejora de las transferencias de alimentos y la asistencia alimentaria + ++ |
Diversificación de los sistemas de distribución e infraestructuras logísticas + ++ ++ |
Apoyo a los laboratorios para desarrollar métodos de detección temprana de patógenos +++ |
Intensificación de los sistemas de producción mediante la automatización, la agricultura inteligente y las aplicaciones de la Industria 4.0 + ++ + |
Capacitación de la fuerza laboral en tecnologías emergentes, robótica y tecnologías disruptivas + ++ + |
Infraestructuras resilientes al clima +++ ++ + |
Optimización de la producción ganadera ++ + |
Aumento de la dependencia de los recursos renovables y los sistemas energéticos locales +++ ++ |
Aumento de los recursos genómicos, genéticos y de edición genética + + |
Adaptación de los principios de “Una Salud” ++ +++ |
Transición a la economía circular +++ |
Valorización de desperdicios alimentarios y biorecursos diversos +++ + ++ |
Dietas sostenibles basadas en fuentes de proteínas alternativas +++ + + |
Campañas de concienciación y educación sobre los riesgos para la seguridad alimentaria + ++ + |
Desarrollo de productos que mejoren la inmunidad y la salud basados en ingredientes bioactivos de alimentos específicos ++ |
Las medidas de mitigación y las recomendaciones encontradas en diferentes estudios se agrupan y clasifican en tres niveles (bajo, medio y alto) para describir su potencial para aumentar la resiliencia y la sostenibilidad de los sistemas alimentarios en los próximos años.
Figura 1 – Impactos de las crisis
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Medidas de mitigación para enfrentar los impactos del cambio climático
Existe una clara necesidad de reevaluar políticas, estrategias, marcos legales y directrices en los próximos años para abordar los efectos del cambio climático en el sector alimentario, especialmente en las regiones del mundo con los recursos más inadecuados. Sin embargo, estos esfuerzos deben considerar las respuestas conductuales humanas con respecto a la utilización, estabilidad, acceso y disponibilidad de alimentos. Además, se necesitan colaboraciones transparentes y sólidas entre todos los actores relevantes en la cadena de valor. Las medidas de mitigación deben alinearse con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas. Deben implementarse en todas las etapas de la cadena, por ejemplo, en el extremo de producción siguiendo prácticas agrícolas sostenibles, en la distribución mejorando el acceso a los alimentos y en la etapa de consumo reduciendo la demanda y el desperdicio. Esto último es fundamental, ya que el desperdicio y la pérdida de alimentos generan 4,4 Gt de CO2-eq por año, alrededor del 8% de las emisiones antropogénicas de GEI.
La reevaluación de las cadenas de suministro, minimizando las perturbaciones externas e internas, también es fundamental para garantizar la seguridad alimentaria y la sostenibilidad y reducir el desperdicio. Una buena estrategia sería centrarse en los alimentos básicos tradicionales y locales de cada país. Las cadenas locales son más cortas e independientes de terceros; por lo tanto, el control de los precios es más manejable. Además, la producción debe intensificarse siguiendo los principios de conservación de la biodiversidad y la gestión forestal sostenible, utilizando una superficie de tierra mínima, restaurando tierras degradadas y aplicando mejores soluciones integradas de laboreo y fertilidad del suelo. Por ejemplo, la siembra directa es una práctica que mejora la estructura del suelo y la diversidad biológica, mejora el secuestro de carbono y la eficiencia del agua, y reduce los impactos de la maquinaria de labranza, las emisiones de GEI y los costos de producción. También se necesitan soluciones para cultivos en regiones con condiciones ambientales variables, como variaciones en la duración de la luz solar. En algunos casos, las variaciones de humedad del aire y el estrés hídrico podrían mitigarse disminuyendo la conductancia estomática sin afectar la tasa de fotosíntesis. Además, se recomiendan enfoques agrícolas que aumenten la productividad del agua de riego. Asimismo, se sugiere cultivar especies y variedades resistentes al estrés biótico y abiótico en todas las agroecologías para promover la seguridad alimentaria. Por ejemplo, se sabe que las temperaturas más altas y las mayores concentraciones de dióxido de carbono elevan el rendimiento de la producción de yuca.
Las diversas crisis indican que necesitamos un enfoque sistémico diferente, por ejemplo, aumentar la dependencia de recursos renovables y sistemas de energía locales para apoyar el desarrollo sostenible de las economías y reducir la competencia entre los mercados de biocombustibles y alimentos en la demanda de los recursos agrícolas disponibles. Este período comprende una oportunidad esencial para lograr una bioeconomía sostenible y un modelo circular más inclusivo que no deje a nadie fuera y promueva la innovación. Este enfoque requiere la adopción generalizada e inmediata de políticas dirigidas a una economía climáticamente neutral. Además, la valorización de biorrecursos de alta diversidad puede lograr el objetivo mencionado, integrando procesos bioquímicos y termoquímicos y aumentando la transición de biocombustibles de primera generación a la producción de combustibles de base biológica de generación superior. Además, se ha demostrado que el beneficio ambiental de utilizar bioenergía depende más del secuestro de carbono por el suelo que de la reducción de las emisiones de GEI del biodiésel o el bioetanol.
La producción ganadera basada en pasturas también debe optimizarse, por ejemplo, mejorando la gestión del pastoreo, seleccionando la raza correcta, utilizando los pastizales de manera eficiente y mejorando la eficiencia reproductiva. La sostenibilidad de los sistemas ganaderos requiere la consideración de las dimensiones sociales y el consumo de productos animales, adoptando dietas más sostenibles basadas en fuentes de proteínas alternativas. Estas dietas deben ser nutritivas, diversas y mejor alineadas con la conservación ambiental y las funciones ecosistémicas contextuales. Además, debemos aumentar los recursos genómicos, genéticos y de edición genética para las verduras y frutas actuales y para cultivos menores subutilizados. Los alimentos de origen vegetal en lugar de los de origen animal podrían alimentar a cientos de millones de personas. Por ejemplo, 500 Gtn de algas marinas podrían reemplazar casi el 40% de la producción actual de proteína de soja y, al mismo tiempo, absorber carbono. De hecho, podrían secuestrar alrededor de 173 Mtn de carbono cada año exportando biomasa a aguas profundas. Las algas también constituyen una excelente fuente de compuestos de alto valor añadido con propiedades antioxidantes, antivirales y antimicrobianas y otros nutrientes como ácidos grasos poliinsaturados, fibras y minerales.
Por otra parte, los gobiernos deberían informar mediante campañas de concienciación y educación sobre los riesgos para la seguridad alimentaria relacionados con los factores climáticos. Asimismo, deberían invertir en infraestructuras resilientes al clima (por ejemplo, estructuras de riego) e investigación agrícola respetuosa con el clima. Las biorrefinerías y los sistemas alimentarios deberían descentralizarse para proteger a los agricultores, las empresas y los pequeños productores, por ejemplo, siguiendo el modelo de las “biociudades” y aplicando conceptos de especialización inteligente. También es vital aumentar la financiación para innovaciones como la agricultura de carbono, la silvicultura climáticamente inteligente, la automatización de la producción de alimentos con robótica, la teledetección, los sistemas de apoyo a la toma de decisiones y el análisis de macrodatos. Estas innovaciones pueden mejorar la capacidad para controlar la contaminación de los alimentos, las enfermedades y la propagación de plagas, al tiempo que se minimiza el uso de fertilizantes; podrían permitir a los meteorólogos observar los parámetros del cambio climático y evaluar las interacciones entre los factores ambientales, y dar información a los responsables para desarrollar políticas integrales basadas en una planificación adecuada.
Medidas de mitigación para alcanzar seguridad alimentaria y para enfrentar futuras pandemias
Se puede argumentar que la pandemia ha iniciado una nueva era en la forma en que la industria alimentaria gestiona la inocuidad alimentaria, los riesgos agrícolas, las condiciones de trabajo y la integridad del sistema. Sin embargo, la respuesta global fue “reaccionaria” y no “preventiva”. Este enfoque será el mismo en futuras pandemias a menos que se realicen cambios fundamentales en la cadena y en la forma en que consideramos y consumimos los alimentos. En primer lugar, es necesario adaptar los principios de “Una Salud” para controlar las enfermedades que se propagan entre animales y humanos y minimizar los riesgos de resistencia a los antibióticos. Después de eso, el control de la propagación de la pandemia y la gestión de los brotes relevantes necesitan sincronización, intercambio de datos y evaluación holística de riesgos entre varios actores, incluidos epidemiólogos, investigadores en ciencias animales, la comunidad agrícola, comerciantes de mercados húmedos, empresas locales, exportadores y consumidores.
También es necesaria una reforma crítica de las cadenas de suministro de alimentos, por ejemplo, para que las demandas de los consumidores se correspondan con cadenas más cortas a fin de minimizar las incertidumbres derivadas de los riesgos sistémicos, para empoderar a todos los actores mediante la aplicación de políticas que hagan hincapié en su inclusión, para prepararlos frente a los posibles impactos de los riesgos de seguridad alimentaria y para intensificar los sistemas de producción de alimentos mediante la automatización, la agricultura inteligente y las aplicaciones de la “Industria 4.0”. Las innovaciones pertinentes (por ejemplo, la tecnología blockchain, la inteligencia artificial y la Internet de las cosas) pueden verse impulsadas por servicios relacionados con la digitalización y las tecnologías de Internet y de la comunicación que utilicen datos meteorológicos vinculados con la modelización climática.
Los sistemas de irrigación bien desarrollados, las nuevas variedades de cultivos, el uso optimizado de insumos y otras medidas de la revolución verde deberían convertirse en una prioridad. Todas estas acciones requieren la capacitación de la fuerza laboral en tecnologías emergentes, robótica y tecnologías disruptivas, utilizando técnicas de educación modernas. Por ejemplo, los “hubs” de aceleración virtuales para usuarios finales sobre innovaciones in situ y remotas podrían ayudar a las micro, pequeñas y medianas empresas a superar los obstáculos que pueden surgir con la capacitación en salas de reuniones. La agricultura vertical, la jardinería en azoteas y, de manera más general, la agricultura urbana, podrían contribuir a la recuperación verde al reducir la dependencia de cadenas de suministro más largas e impulsar la educación de los consumidores en prácticas agroecológicas.
Por último, productos innovadores (como la carne cultivada, las alternativas de origen vegetal, los alimentos desarrollados mediante biología sintética y fermentación de precisión, el desarrollo de productos que mejoran la inmunidad y la salud basados en ingredientes bioactivos) también se están volviendo populares entre los Millennials y la Generación X, junto con los cambios en los hábitos alimentarios y la nutrición personalizada. Además, la valorización de las fuentes podría impulsar la recuperación de alimentos bioactivos, como los subproductos del procesamiento de alimentos, los hongos, las levaduras y las algas. Estas soluciones, que están en sintonía con las políticas de bioeconomía y economía climáticamente neutral, pueden aumentar la seguridad alimentaria en el futuro y, al mismo tiempo, mitigar los impactos del cambio climático.
Medidas de mitigación para enfrentar los impactos de los conflictos geopolíticos
Los desafíos que enfrenta el sector alimentario como resultado de los conflictos geopolíticos y armados suelen ser abordados por la comunidad internacional con medidas temporales rápidas, como mejorar las transferencias de alimentos, garantizar la asistencia alimentaria, establecer un mecanismo estratégico de reserva de alimentos y, lo más importante, alentar el respeto de las actividades e infraestructuras relacionadas con el agua y los alimentos, con sanciones apropiadas en caso de violaciones. Aunque estas medidas siempre son necesarias, sólo brindan soluciones a corto plazo. Además, las sanciones contra otros países y las herramientas pertinentes (por ejemplo, los mecanismos de ajuste fronterizo del carbono) no pueden garantizar la resiliencia energética y alimentaria. Por ejemplo, la Unión Europea (UE) está tratando de reducir las importaciones de gas de Rusia para aumentar la independencia energética, mientras que está buscando en todo el mundo nuevas rutas de suministro de combustibles fósiles. Como resultado, las industrias del gas y el petróleo se volverán aún más robustas, generando nuevas dependencias, y las economías perderán una oportunidad para transiciones energéticas amigables con el clima. Si las economías futuras se basan en el uso de energía no renovable, los gobiernos deben seguir prefiriendo el gas natural al petróleo. Sin embargo, la actual crisis energética nos ha hecho olvidar que el gas natural también es un combustible fósil con todas sus desventajas en términos de pérdida de biodiversidad e implicaciones ambientales y de salud. A diferencia del gas natural, se sabe que el consumo de energía hidroeléctrica y renovable reduce las emisiones de GEI a corto y largo plazo.
Por otro lado, están cuestionadas las tendencias actuales que promueven alimentos ultraprocesados de alta densidad energética. En consecuencia, el sector alimentario requiere una transformación con políticas específicas que protejan las áreas agrícolas, reduzcan el uso de pesticidas y fertilizantes y aumenten la agricultura orgánica. La crisis de precios de los alimentos de la década anterior (2007-2008) muestra que los países deben evitar la implementación de sanciones que restrinjan el almacenamiento de alimentos, fertilizantes o comercio. Otras medidas de mitigación en esta dirección incluyen proporcionar subsidios o implementar una política de impuestos más bajos para fertilizantes y energía dirigida a las PYME y los agricultores. También es fundamental aplicar políticas que reduzcan la dependencia de unos pocos países exportadores y sustituyan el maíz y el trigo con cultivos locales y tradicionales. Además, el modelo actual de comercio global debe renovarse, por ejemplo, las cadenas de distribución “just in time” y las importaciones más baratas deben reemplazarse por producción y almacenamiento nacionales. De hecho, los alimentos locales y tradicionales deben convertirse en una prioridad para cerrar la brecha urbano-rural en lo que respecta al ahorro de energía en los gastos de transporte.
Conclusiones
Los desafíos apremiantes inducidos por el cambio climático, el calentamiento global, la pandemia de COVID-19 y la guerra ruso-ucraniana se combinan para concluir que el sector alimentario necesita una transformación urgente hacia la sostenibilidad y la resiliencia. Para lograr este objetivo, todos los actores relevantes (por ejemplo, gobiernos, empresas, organizaciones multilaterales, donantes, agricultores, etc.) dentro de la cadena de suministro deben desempeñar su papel mediante el diseño e implementación de intervenciones y políticas específicas. La transformación del sector alimentario debe ser inclusiva, asegurando que todos los ciudadanos participen activamente y que nadie quede excluido. Además, esta transformación está vinculada a la transición desde los combustibles fósiles y la economía lineal hacia combustibles de base biológica y una economía climáticamente neutra, respectivamente. También se necesitan la transformación digital y la modernización de la producción alimentaria, por ejemplo, mediante la implementación de tecnologías emergentes y aplicaciones de la Industria 4.0 en todas las etapas de la cadena alimentaria. La reducción de la pérdida y el desperdicio de alimentos, así como la valorización de una amplia gama de biorrecursos, la utilización de subproductos del procesamiento de alimentos y el fomento de la “bioeconomía azul” (por ejemplo, el desarrollo de sistemas multitróficos, el cultivo de algas marinas y microalgas, etc.) pueden favorecer la seguridad alimentaria.
Los gobiernos deben destinar recursos a la investigación agroecológica que minimice los insumos externos (por ejemplo, los pesticidas), mientras que los actores de la cadena alimentaria deben ser proactivos en lo que respecta a la seguridad de los alimentos frescos. También es fundamental promover los sistemas alimentarios nacionales, apuntando al desarrollo de múltiples cadenas de suministro más cortas, basadas en productos estacionales y tradicionales. Los consumidores deben redefinir cómo consumen energía, bienes y alimentos y convertirse en la fuerza impulsora de las transformaciones señaladas. Por último, se necesitan más estudios e investigaciones para ampliar y validar las medidas de mitigación mencionadas.
Extraído de: Galanakis, C.M. The “Vertigo” of the Food Sector within the Triangle of Climate Change, the Post-PandemicWorld, and the Russian-UkrainianWar. Foods 2023,
12, 721. https://doi.org/10.3390/foods12040721